Quizás la táctica más esencial para reducir el estrés que alguien me haya enseñado es no creer todo lo que pienso. En tiempos de incertidumbre, es especialmente importante no creer en los pensamientos que abogan por el peor de los casos.
Puede ser útil para
nosotros considerar los peores escenarios para que podamos sopesar los riesgos
y prevenir activamente el desastre. Pero cuando creemos en estos pensamientos estresantes, tendemos a
reaccionar emocionalmente como si el peor de los casos ya estuviera sucediendo en la vida
real, en lugar de solo en nuestras cabezas. Nos afligimos por cosas que en
realidad no hemos perdido y reaccionamos ante eventos que en realidad no están sucediendo. Esto nos
hace sentir amenazados, temerosos e inseguros cuando simplemente estamos solos
con nuestros pensamientos.
Nuestro sesgo de
negatividad también puede prepararnos para el fracaso. Las expectativas
pueden convertirse en una profecía autocumplida. Cuando esperamos lo peor,
a menudo nos sentimos demasiado asustados o cerrados para aprovechar las
oportunidades o responder a los desafíos con creatividad y determinación.
En lugar de comprar cada pensamiento estresante, podemos
imaginar activamente el mejor escenario posible. Podemos encontrar revestimientos
de plata para reemplazar las preocupaciones. Esto contrarresta
nuestra tendencia natural a sobrestimar los riesgos y las consecuencias
negativas.
Cuando aparezcan esos pensamientos negativos
y obsesivos, lo primero que hay que hacer es dejarlos estar y partir de la base
de que no nos van a hacer ningún daño.
Simplemente sabes que son desagradables pero también sabes que no te van a
herir y que lo que estás pensando es de carácter irracional, que
no tiene que ver con la realidad ni va a ocurrir. Todo se queda
en el susto que te produce ese pensamiento, pero debes partir de la base de que
además de desagradable es totalmente inofensivo. Es decir, tienes que tener la
certeza de que puedes seguir haciendo tu vida con
total normalidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario